domingo, 17 de enero de 2016

Yasujirō Ozu

El alcohol corre por mi sangre en estos momentos. No se me ocurre mejor momento para rendirle un pequeño tributo a uno de mis directores de cine favoritos. Esto lo digo porque Ozu parece que le daba al sake. Desde bien joven además.

¿Cómo llegué a él? A veces los que vemos cine nos podemos preguntar cómo llegamos a tal director. Este caso es muy fácil, pienso yo. Empecé a ver cine japonés clásico gracias al mítico Akira Kurosawa. ¿Quién no ha empezado a ver cine clásico japonés por él? De todos los directores japoneses, él fue el que más nos llegó a los occidentales. Aunque hay que puntualizar una cosa, el lenguaje cinematográfico es universal. Pero la mercadotecnia está ahí.
El caso es que después de ver algunas películas del bueno de Akira me pregunté... ¿No hubo más directores japoneses de prestigio en su época? Y vaya si los hubo. Cuando indagas un poco siempre salen un par de nombres. Kenji Mizoguchi. Y Yasujiro Ozu. Estos dos titanes comenzaron su carrera en el cine mudo. Kurosawa llegó después. Otro par de directores más. Mikio Narure o Kamui Kobayashi. Me dejo a algunos que sólo me sonarán de nombre o ni eso, mea culpa.

Ozu. El hombre de esta entrada del blog. Para mi, uno de los mejores de la historia. Al principio me daba rabia que el mundo que plasmaba fuera tan indulgente con la raza humana. Porque su cine siempre ha tratado de personas. Trabajadores, trabajadoras, maridos, mujeres, hijos, hijas. O casi siempre.
No veía maldad en su cine, ni intentándolo. Entonces me cuestionaba a mi mismo sobre el mundo que plasmaba. Que era otro diferente al mío, pero no tanto. Ozu retrataba a personas. A humanos.

Hubo otra cosa que me llamó la atención de su cine. El tercer acto.
Sus películas suelen ser pausadas, presentan a personajes, escenas, situaciones, conflictos. A veces se toma su tiempo, nunca acelera la acción para llegar al punto final. Pero cuando llega, cuando quedan aproximadamente 15 minutos, todo lo que ha presentado en el drama durante más de una hora, se desataba. Entraba el conflicto del hijo con el padre, de la hija con el padre, de la mujer con el marido... Y todo lo que habías visto anteriormente, alguna escena que te preguntabas que había ahí, de repente cobraba sentido. Sentía por dentro una sensación de no se, de tomar partido por una de las dos partes. O ser neutral.
¿Tenía razón la hija al no querer casarse para cuidar de su padre? Con lo joven que era, y las oportunidades que tuvo. ¿La hija pequeña tenía razón al reprochar la actitud de sus hermanos mayores con respecto a sus progenitores?

El cine de Ozu puede despertar muchas cosas dentro. Está claro que pertenece a una época pasada. Yo no se cómo eran las personas hace 40 años. Intuyo cómo pueden ser ahora. No veo mucho parecido.
Pero es mi impresión. Puedo (y seguro), que estoy equivocado. En cualquier caso, mis impresiones no restan valor a la admiración que siento por su cine. Al contrario. Lo admiro todavía más. 

¿Por qué le dedico una entrada hoy? No es sólo porque haya bebido un poco de alcohol de más y rinda tributo a su embriaguez. Hace poco cumplí 30 años. Decidí que la mejor forma de cumplirlos era ver una de sus películas más emblemáticas. 

Cuentos de Tokio.

Pero yo iba preparado. Normalmente la gente cuando se aproxima a un director de estos de prestigio empieza por su mejor peli, ve alguna más, y ya está. Ve 8 y medio de Fellini (o La Dolce Vita), Rashomon o Los 7 samuráis de Kurosawa, La gran ilusión o La regla del juego de Renoir... No sigo. Creo que ya se entiende. No lo digo por decir, esto pasa en un alto porcentaje de gente que ve cine. Lo he comprobado.
Antes de ver Cuentos de Tokio ya había visto 15 películas de Ozu. Casi la mitad de su filmografía. Eso demuestra una cosa. Que tengo una paciencia a prueba de supernovas (soy fan de Carl Sagan también). Tenía comprada Cuentos de Tokio de hace dos años por lo menos. Con el extra de Tokio-Ga, al que voy ahora. Un buen documental.

Una de las cosas buenas que ha dejado Ozu, como otros tantos grandes directores de hace décadas, es escuela. Directores que se han empapado de su cine, que lo han admirado. Pero no lo han imitado, no han intentado ser él (algo imposible, pienso). Todo ellos han seguido su camino, han sido ellos mismos. 
Algunos nombres ilustres que Google nos brinda fácilmente. Aki Kaurismaki, Abbas Kiarostami. Wim Wenders. Y algunos más que me olvido, seguro.
Tokio-Ga es un documental de Wim Wenders. Se fue a Japón 20 años después aprox de la muerte de Ozu, a ver si veía algún vestigio del mundo que plasmó en su cine. El mundo que se encontró fue otro, Japón evolucionó mucho. Aún así encontró momentos, personas, muy del cine de Ozu. Una abuela con su nieta a cuestas, sonriendo y mirando a cámara, una mirada amable, limpia. De otra época. Un niño que no quería andar, con unas botas de agua de color amarillo. Un rebelde.

En el documental se encuentra con algunos sujetos interesantes. Sólo voy a mencionar a uno, por no desvelar demasiado de qué va todo. Su último director de fotografía.
Empezó con él siendo ayudante de cámara y se quedó hasta ascender a ese importante puesto.
Heredó (en cuanto a objeto físico) el cronómetro de Ozu. Un cronómetro especial que no solo contaba segundos, fotogramas también. Lo usaba en todas las tomas. No sólo cronometraba las tomas en rodaje, se ve que también lo hacía cuando estaba en la fase de montaje. El control que ejercía en su cine parece que fue importante. 

Poco puedo decir del gran Yasujirō Ozu que no hayan dicho otros tantos antes que yo. Pero me alegra dedicar una entrada de mi blog a una personalidad como la de él, tan auténtica. Tan humana.
Seguiré viendo el cine que me queda de él. Eso lo tengo claro y me alegra saber que me quedan más de diez películas de uno de los grandes maestros del cine.

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